Se dedica un apartado especial a la atención, a pesar de ser parte de las funciones ejecutivas, porque se puede alterar de manera independiente y por las consecuencias escolares y en otras áreas y en el desarrollo del niño y adolescente.
La atención es un sistema formado por un conjunto heterogéneo de componentes que hace posible que otros sistemas lleven a cabo el procesamiento de la información.
En primer lugar, se encuentra la alerta o vigilia, que es responsable del nivel de alerta, es decir, la disposición para recibir información, y la velocidad de procesamiento general.
Por otro lado, se encuentra orientación o focalización de la atención a los estímulos. Hay dos tipos de focalización de la atención: involuntaria y voluntaria. La involuntaria se pone en marcha cuando un estímulo exterior nos orienta hacia él (por ejemplo, los estímulos cambiantes en la televisión y los videojuegos); por el contrario, la atención voluntaria requiere más recursos e implica seleccionar la información que se considera relevante e ignorar la información no significativa. Esta última es la que se pone en marcha en situaciones escolares.
Una vez está focalizada la atención hacia un determinado estímulo, esta se debe mantener durante la ejecución de la tarea, lo que implica un tercer tipo de atención: atención sostenida.
Cuando se está manteniendo la atención en un estímulo, se debe seguir inhibiendo otras fuentes de información, lo que supone atención selectiva. En otras ocasiones, se debe cambiar el foco atencional a otros estímulos más relevantes, lo que se conoce como atención alterna.
Por último, hay un tipo de atención que requiere más recursos: la atención dividida, es decir, prestar atención a diferentes estímulos a la vez.
Cada uno de estos subsistemas atencionales se pueden alterar en el desarrollo evolutivo de los niños y el éxito de la intervención depende de un adecuado conocimiento de los déficits y puntos fuertes del niño.